lunes, 27 de octubre de 2014

75º aniversario de la muerte de Antonio Machado



Estamos en el 2014, año en el que se cumple el 75º Aniversario del fallecimiento de uno de los grandes de la poesía española del s. XX, Antonio Machado, una figura clave y fundamental en el desarrollo posterior del género poético. Quien más y quién menos recuerda, aun inconsciente de su autoría, versos del sevillano, como el «caminante no hay camino» o la «España de charanga y pandereta». Antonio Machado se ha erigido con el paso del tiempo como el poeta de mayor influencia en la literatura española de los últimos tiempos. Su obra es un continuo referente para generaciones y generaciones que han bebido de su poesía y que han homenajeado su figura de forma incesante en poemarios o han dedicado estudios a su poética e ideas estéticas. Las estampas impresionistas que dejó de Soria, la expresividad nostálgica y melancólica atravesada por el paso del tiempo, fueron y son hoy día ejemplos de una expresividad poética incomparable.
De entre los distintos homenajes que Antonio Machado ha recibido, hay uno que ha pasado inadvertido y que, sin embargo, recupera al poeta de manera especialísima. Ha pasado desapercibido porque no aconteció el 22 de febrero, día pleno del Aniversario de la muerte en Colliure, sino el 23 de abril, en pleno Día del Libro. Habló de la presentación de Antología Poética (Mundi Book Ediciones, 2014) de Héctor Martínez Sanz. Y es especial, más que cualquier otra, porque en el libro la presencia de Antonio Machado es notoria en todas las perspectivas posibles.
Lo primero de todo, hay que señalar que Antonio Machado no es una nota marginal en la poesía de Héctor Martínez, quien posee un conocimiento directo de la obra de aquél. No le llega por terceros, por lecturas ya volcadas, sino por la experiencia personal e intransferible de la poesía machadiana. Ya en la nota introductoria afronta la definición o esencia de su lírica en los mismos términos que hiciera Machado: «soy clásico y romántico, si por la pregunta machadiana entendemos todo lo que dicen no es de hoy sino de ayer»; al mismo tiempo, la justificación del libro también corre por cuenta de un verso de Machado, dirigido a Guiomar: «Se canta lo que se pierde». Desde el inicio mismo del libro, en ese preámbulo, Héctor Martínez deja noticia doble del poeta y abre el camino a que se comprenda mejor el porqué de la composición que va a recibirnos la primera, el Retrato.
Antonio Machado introducía su Campos de Castilla mediante un irónico Retrato, o mejor dicho, un autorretrato biográfico, ideológico y estilístico, y lo hacía mediante nueve serventesios alejandrinos. Héctor Martínez ejecuta una variación de serventesios y cuartetos alejandrinos asonantes y amplía la extensión del conjunto a nueve partes en las que quedan diferenciados los siguientes temas: biografía desde la infancia hasta el momento presente, nostalgia de lo ido y su cambio, influencias literarias, estudios académicos y crítica de la universidad, crítica de la poesía joven contemporánea y posicionamiento de la suya, actitud intelectual, experiencia vital de la muerte y mirada hacia el futuro. Observemos tres instantes de cada Retrato que reflejen el elaborado paralelismo.
Si Antonio Machado lanzaba el dardo a su época:
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna
Héctor Martínez es más directo en su crítica a las tendencias de la suya, y no se muerde la lengua:
He roto con el verso del arte liberado,
con los fríos acentos, espinas de rosales
sin flor, hirientes y clavadas como puñales
sobre el alto tallo; como huraño badajo
sin elevada torre, campana o campanario
(…)
Hoy, lo clásico queda grande, falta dar talla,
falla la percha para los trajes carcomidos,
escasean poetas y abundan peregrinos
ignorantes, tunantes literarios, canallas.
Machado abandonaba el modernismo preciosista y usaba para declararlo el alejandrino y la metáfora ornamental que trabajaban aquéllos. Del mismo modo, Héctor reacciona mediante métrica y retórica que echa a la cara del poeta actual. Este paralelismo, que desde el principio puede reseñarse con las evocaciones de la infancia, prosigue también respecto de la actitud intelectual y, más aún, respecto de la actitud vital. Así, cuando Machado afirma:
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Tiene un eco en Héctor Martínez quien entiende la poesía como autenticidad y mismidad, más allá de la simple palabra y más cerca del soliloquio, del preguntarse a uno mismo:
Yo, sin embargo, descubrí la mezcla perfecta,
la expresión mistérica del blancor de los huesos:
¿Por qué se nace, se vive, se muere con fecha
intencionadamente oculta a los ojos nuestros?
(…)
Para todo esto, la palabra era estéril, hueca,
insuficiente en la superficie nominal.
Finalmente, por indicar un tercer momento paralelo, observamos que en la parte final de ambos texto surge la invocación de la futura muerte de la que se tiene conciencia. Lo que en Machado es «la nave que nunca ha de tornar», en Héctor Martínez se versifica en un lenguaje menos metafórico e incluso añade un apunte metaliterario de la figura de Delibes:
Ya conozco aquel significado del silencio,
del secreto que sellan los nombres en las lápidas,
ya sé el porqué se va en procesión al cementerio
casi cualquier día en los siete de la semana.
Sí, sé que la sombra del ciprés es alargada.
Sin embargo, en Héctor Martínez la muerte no es la última mención del poema, sobre ella se eleva la vejez como auténtico terror vital, expresado en una curiosa interrogación retórica que encierra un pleonasmo del absurdo: «Preguntándome, ¿cuándo llegaré a la vejez?», cuestión que plantea el momento temporal de un hecho temporal mismo, como si la vejez pudiese acontecer en cualquier instante, como si tan sólo fuese la sala de espera de la muerte, un suceso que sobreviene a cualquier edad. Para entender este aparente absurdo, debemos recurrir a una de sus primeras obras, Comentarios a Unamuno: «No entienden que la muerte puede sobrevenirme ahora y no siempre en un luego; no saben ver que la muerte va de la mano de la vida y no de la ancianidad. (…) no quieren asumir que la muerte afecta a lo vivo sin distinción: lo mismo a ancianos que a jóvenes. (…) y si puedo morir hoy, ¿a santo de qué voy a ser más joven que viejo a mi edad?». Rechaza con ese verso, pues, la actitud que asume la muerte y la vejez unidas en un horizonte existencial que siempre se reserva para el mañana dentro de una sociedad que ensalza estúpidamente como virtud la juventud y la novedad continua, algo imposible lo primero por la naturaleza temporal misma y algo ingenuo lo segundo por la condena a lo efímero de toda creación.
No acaba aquí la presencia de Machado, en las dos evocaciones de la introducción y en el Retrato, sino que se desarrolla a lo largo de las páginas. Atendamos a los conjuntos Antonio Machado, apócrifo y A Soria, en los que se evidencia con la misma claridad, por un lado el Machado de las Soledades y, nuevamente, el Machado de Campos de Castilla.
Efectivamente, en Antonio Machado, apócrifo el motivo de la frase perdida «Estos días azules, y este sol de la infancia» encontrada en el abrigo del recién fallecido, es empleada por Héctor Martínez para recrear una atmósfera modernista y próxima a las Soledades. Se reconocen rápidamente la adjetivación melancólica (seco, pardo, soñoliente, clara), la sustantivación simbólica (fuente, agua, ruiseñor), el tono reflexivo dolorido nacido de una pena nostálgica por un tiempo pasado irrecuperable, el ambiente crepuscular… La idea principal que subyace al grupo consiste en crear posibles composiciones que siguieran a ese verso desde un Antonio Machado nostálgico, envejecido, cansado y exiliado en tierra francesa, obligado a huir de España; un Antonio Machado inexistente que completara el verso huérfano. Aparece el término ‘apócrifo’ en el mismo sentido en que el sevillano diera vida a Juan de Mairena, Abel Martín, Jorge Meneses, y tantos otros, incluido un apócrifo de sí mismo -por tanto, el apócrifo ideado sobre Machado no es una invención, como pudiera creerse, de Héctor Martínez, sino del propio Antonio Machado-; el sentido que hace que la verdad también pueda inventarse y que escinde la igualdad entre identidad y realidad heredada del idealismo, razón por la que el ‘yo’ íntimo se vuelve una categoría vacía y sin sentido. El apócrifo es, de tal modo, uno de los posibles Machado continuando de varias maneras posibles una misma frase, que actúa como hecho detonante. Es la propia teoría del apócrifo machadiana la que fundamenta el origen de este conjunto, en modo alguno desde la verdad o la realidad o la identidad, sino desde la nuda posibilidad y de fingimiento similar al pessoano.
El caso de A Soria es más particular, pues no parte sólo de la lectura directa de Machado. El motivo es un viaje a Soria por el que Héctor obtiene la experiencia real del paisaje soriano y de los rincones y motivos que Machado contemplara y usase. Y los absorbe impregnados de la emoción machadiana. Por ello que sean los estados del ánimo el centro del primero titulado Orilla del Duero:
En la paciente tierra castellana,
frente al Duero
con su agua en el alma,
con su rumor en juego,
entre piedras empapadas,
melancolía, hastío, recuerdos.
No otra evocación que la poesía de Machado, y probablemente la de Gerardo Diego, se esconden en la alusión final de los siguientes versos:
pequeña Soria, Soria fría,
llena de poemas entre las ramas.
De igual manera, En la alameda tenemos una composición narrativa que bebe de Machado y que emplea el paisaje como origen de una actitud reflexiva e inductiva que sugiere, con el atardecer, un pensar sobre el paso del tiempo y la muerte, apenas referenciada con verbo en futuro y un pronombre átono final:
¡Saber que llegará el mañana
aunque me detenga en esta Alameda!
Que vendrá sin que yo me mueva
y me será imposible esquivarla.
Se trata de una similar imagen que Machado representaba en Campos de Soria entre el Duero y el Álamo, la juventud risueña y dinámica frente al adulto estático y clavado por los años. El álamo es el árbol que simboliza la vida, el amor y el paso del tiempo unido al río en el sevillano. Consciente de ello, Héctor Martínez hilvana el mismo símbolo de forma plástica. La luna sube mientras el sol baja, él se sienta en un banco de madera mientras de fuentes y del río el agua brota y se mueve, mientras la noche le sorprende a la espalda. Toda la naturaleza es movimiento, es paso y tránsito. Por otro lado, él está sentado, quieto, en la alameda, tanto como los árboles. Contrastan así dinamismo y quietud, sugiriendo las ideas de tiempo, vida y muerte. Con el mañana llegará eso «que vendrá», lo que será imposible de esquivar, la muerte.
Pero si hay un símbolo obvio de la Soria de Machado es el Olmo seco. Héctor Martínez observa el mismo olmo al que invoca, tantos años después. En Machado era el olmo viejo y centenario con algunas hojas verdes, por el que trepan las hormigas y las arañas tejen sus telas, el olmo que muriendo es símbolo de la posibilidad de una recuperación en un último aliento de vida. Así expresaba Machado su lamento por una Leonor enferma y moribunda. En Héctor Martínez encontramos una continuación, donde ya aparece claramente la palabra cementerio, y donde las hormigas son clavos y las telarañas los ladrillos con que se intenta sujetar el árbol carcomido en los mismos abril y mayo en los que Machado esperó el «milagro de la primavera». Ahora el olmo ya no es viejo sino que al final del poema es «¡olmo muerto, olmo sin río!» cuya madera se ha vuelto inservible absolutamente. A lo largo del poema detectamos una gradación del olmo: seco, viejo, caído, muerto. Entre el primer adjetivo, que representa el tiempo de Machado, y el último, que marca el tiempo de Héctor, sucede todo lo demás. El eje del poema es, por tanto y una vez más, la temporalidad, y sitúa a ambos poetas a sus extremos, pasado y presente del olmo.
En último lugar hemos de fijarnos en la sección de Antología poética denominada Dichos y reflexiones. En ella reconocemos al Machado de Nuevas canciones, la forma completa de los Proverbios y cantares que Machado había comenzado en Campos de Castilla. Igual que para éste, para Héctor Martínez la forma sirve para la expresión en anotación breve y en verso de pensamientos e intuiciones de manera sentenciosa. Se trata de una concentración lingüística conceptual en la mayoría de casos. Veamos dos ejemplos de esa condensación:
Esto es todo lo que el alma crea:
una ilusión real
en una realidad pasajera.
——-
Me dices que la vida es sueño
y que ningún sueño se caza;
por eso de  niño pequeño
yo sólo soñaba.
En este conjunto advertimos una síntesis de muchos de los temas, reducidos a su expresión más concreta, sin desarrollo. La verdad, el amor, el tiempo, el arte, la alegría, la soledad, angustia existencial y el nihilismo, e incluso, en el último, la guerra en un poema más elaborado frente a la inmediatez del resto de la serie. Es la plasmación de la mera intuición del tema que apela en su forma concisa a la inteligencia del lector o, más aún, a la emoción. La similitud de preocupaciones entre Machado y Héctor es evidente al leer en el primero:
¿Dijiste media verdad?
dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad
Y en el segundo:
Al final ninguno dijo todo,
ni mentira, ni verdad.
(…)
Dime, si sabes, la verdad,
¿Por qué decírmela?
Tú sólo dímela.
Cabría decirse que los Dichos y reflexiones son el modelo de lo que el poeta cita de María Zambrano -quien probablemente pensaba en Machado al escribirlo- y que coloca al comienzo del libro: «El español solamente es capaz de encontrar su equilibrio así, sólo es capaz de conservar la fluidez de su vida por la poesía, por el conocimiento poético de las cosas y los sucesos que le incorporan a la marcha del tiempo». En la condensación de los versos se ve más el apunte y boceto del impacto de la realidad en el poeta, el momento inicial que habría de dar lugar a un poema más extenso y que, por contra, Héctor Martínez decide dejar en su mínima expresión fenoménica, en el instante en que lo percibe y aún no existe reacción por su parte, invitando a la reflexión del asunto más que a practicar su solución poética.
Después de todo lo analizado, son innegables la presencia de Machado y el profundo conocimiento que de su poesía muestra la obra de Héctor Martínez. Podríamos recorrer el resto de composiciones de esta Antología poética recién publicada y encontrarnos con detalles del sevillano por doquier, incluidos los aspectos estructurales en silvas y formas arromanzadas, coplas y romances de tono popular, predilectas de aquél. No haríamos sino seguir confirmando lo que ya ha quedado demostrado en este artículo, y es que era el mejor momento para que viera la luz este libro como un sentido homenaje poético a uno de los grandes de nuestra literatura desde quien, a nuestro juicio, aspira a compartir un mismo lugar en el olimpo de la poesía española. Y no me cabe duda de que, en esta línea, lo merecerá si no lo merece ya. Su Antología Poética, al menos, sitúa a Héctor Martínez en ese camino que ha empezado a otorgarle el reconocimiento de la crítica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario